viernes, 22 de abril de 2011

Acústica eternidad

¡Catástrofe! 
Aun sigo despertando en este mismo lugar 
y en esta misma cama, tan aburrida de mi 
como yo de ella. 
Hoy he decidido suicidarme. 
Me levante temprano, ordene muy plácidamente 
toda mi ropa, casi con extremo cariño. 
Metí todos los paquetes de cigarrillos 
de noches sobrantes en una bolsa. 
Lave bien mi rostro, incluso me sonreí 
a mi mismo para recordar que aun sabia 
hacerlo y pude mentirme de manera 
muy muy hermosa. 
Mi boca saboreo la menta siempre aburrida 
de la pasta que me lavo los dientes 
por última vez. 
Camine de manera suave y feliz, 
era un eterno sueño dentro de un eterno sueño 
dentro de un eterno sueño dentro de un eterno sueño
hasta que finalmente llegue a mi avasallador 
empleo. 
Note que eran las 6:22 pm, 
era demasiado temprano así que encendí 
un cigarrillo mientras una compañera 
me dijo 
¡Oh llegaste temprano! 
Si los dioses deben estar reclamándome 
le dije. 
Al finalizar el dulce Philip entre y me diriji 
a mi casillero. 
Guarde mis cosas y me dispuse a trabajar 
por última vez...
Hace 34 años atrás mi padre había cruzado 
la cordillera caminando en busca de un empleo 
y un porvenir mejor que el que le brindaba 
su propio país. 
Mi madre lo siguió y con el paso del tiempo, 
no mucho, decidieron dar a luz a un 
dulce engendro triste. 
Nací aquel 29 de día incierto, 
de mes incierto y de año incierto. 
Transcurrido los años almacene muchas 
más emociones negras y turbias que 
cualquier otro demonio urbano. 
Fueron años sin inviernos y sin primaveras, 
solo calor calor calor. 
Ahí fue donde vendí mi piel y mi cabello 
a módicos precios enajenantes al sol. 
El terror me esperaba y lo enfrente 
de la misma manera que enfrente al amor, 
con sumo miedo y sin ganas de quererlo. 
Solo el tiempo sabe de esos negros pesares 
y de esas negras hojas estrellándose 
en mi rostro. 
Termino el primer turno de mi empleo 
y volví a casa. 
Encendí un nuevo tabaco para sentirme en paz 
con el aire y el saludo de los pájaros. 
Las hojas seguían pendiendo de sus hilos 
listas ya 
para su nuevo viaje. 
Arroje los restos sin alma de mi cuerpo 
a un simple descanso de 17 minutos que me brindo 
mi asustada cama. 
Me levante y seguí mi cíclico rumbo obrero. 
Esta vez llegue algo tarde, quizás 3 o 4 minutos 
más. 
Otra vez una compañera me dijo 
¡Llegaste tarde! 
Ni siquiera los dioses llegan a tiempo a una ejecución 
le dije. 
Estuve mucho más sonriente y no muy pensativo
que de costumbre. Pude finalmente rendirme
de la vida y decidí enfrentar a la muerte sin
miedo y estando siempre alerta de los pájaros que
cagaban mi cabeza, cuando solo de los árboles esperaba
sus hojas. 
Al salir del trabajo no volví a casa y decidí ir rumbo a
las vías y caminar por ellas hasta el puente donde
la confluencia de los ríos se unen y nos dividen.
Anatema del curso de los ríos
Anatema de los shopping
Anatema de los Hiper-mercados
Anatema de los cines convertidos en iglesias
Anatema de mi trabajo en el galpón
Anatema de mis amigos, sus amores, sus amores, 
su vida y su vida
Anatema de la Universidad del Comahue
Anatema del puente y del peaje
Anatema de las tomas y sus días de lluvia
Anatema de las plazas y de aquellos efímeros momentos
de vino, charlas, humo, vida, música, y este demonio durmiendo
Anatema del pan que siempre tuve en mis manos
Anatema de aquellas noches que no podía dormir y de alguna
mágica forma me perdía en la vida
Anatema de las calesitas donde edificaba el fuego con las estrellas
aun despiertas
Anatema de la ropa costosa y de las marcas aburridas
Anatema de los restaurantes donde cocinan parrilladas,
comidas afrodisíacas, comida china, comida árabe, comida
tradicional, comida muerta, muerta, muerta.
Anatema de todas las estaciones de servicio donde
solo busque calles y algo de Whisky
Anatema de las vinotecas
Anatema de los sórdidos bares donde libre 
soñé soñé soñé soñé soñé soñé soñé soñé 
soñé soñé soñé soñé soñé soñé soñé soñé 
soñé y soñé 
¡Anatema! ¡Anatema! ¡Anatema!
Mire fijamente el río justo en medio del puente
y no era tan turbio como otras veces.
Arroje el último suspiro de mis pulmones y el humo
de mi último Philip al dulce agua corriente. 
Cerré mis ojos por unos segundos, no era oscuridad
lo que veía pues aun el sol brillaba sobre mi...
Me arroje al vació y nuevamente desperté 
sin demasiada emoción, tristeza, alegría, lujuria 
o amor en la vida.
¡Catástrofe! Una vez más.

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