He estado construyendo paisajes
algo raros estos últimos milenios.
Necesaria o innecesariamente edifique
parlamentos de amor a mujeres
que no lo merecían y confisque
demasiadas emociones a mi aturdida alma.
No comprendo como es el plano
que moviliza a mi cuerpo,
creo que estoy algo consumido
por la inercia de lo terrenalmente bello
por eso caigo en esos absurdos vaivenes.
Hoy me atreví y decidí ingresar al bar
que esta en la calle Mengelle
justo al lado del veterinario.
Aun hacían mas de 30 grados y ansiosamente
me dirigí hacia la barra y lance al cantinero
el victorioso: ¡Hola que tal!
*Podría darme la cerveza mas fría que tenga*
Creo que no existe himno mas hermoso
que ese,
incluso el *negativo, no tenes SIDA*
se queda pequeño frente a ese poema,
que por supuesto solo pueden comprender
aquellas personas que han dejando
algo mas que una triste alma
en un empleo miserablemente absurdo
y vacío.
Sentí el fruto de la vida en mi garganta
como los peces sienten sus lagrimas
en el inmenso océano en el que nadan.
No había ruido ni música,
No había mujeres ni niños,
No había fútbol ni manzanas podridas
solo el sabor de lo que nunca muere
hiere o lastima.
Y al estar sentado allí recordé a aquella
vieja mujer que me insultaba cada vez
que no había algo para beber y pensé
que no existe mejor motivo o razón
para putear que porque ya no queda
mas alcohol para beber.
Las demás razones por las que la gente
se insulta son solo son segmentos
triviales de vidas sin sentido.
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